He hablado en varias ocasiones de este libro, y ya era hora de hacer una reseña, especialmente para aquellos que no lo conozcan o sepan poco sobre su autor: el filósofo Stanley Cavell (1926-2018), conocido por sus estudios en diferentes campos, y por comulgar en sus obras las corrientes analíticas y continentales, y a autores tan diversos como Emerson, Thoreau, Wittgenstein y Heidegger.

Stanley Cavell, Los sentidos de Walden, Valencia: Pre-Textos, 2011, 157 pp.
El texto fue publicado por primera vez en 1972, y traducido al español en 2011 por Antonio Lastra. Aunque parezca un estudio sobre Walden, no se nos presenta en forma académica. Stanley Cavell propone en su lugar un ensayo en el que desarrolla algunas nociones fundamentales que a su juicio representan la obra de Thoreau y le dan un sentido conjunto o íntegro, sin intención de que tal estudio sea definitivo pero sí, al menos, ilustrador para hacer una lectura más comprensiva. Con tal objetivo nos encontramos el ensayo dividido en tres capítulos: «palabras», «frases» y «partes»; es decir, unidades significativas, de menor a mayor, mediante lo que Cavell quiere representar un proceso de síntesis en la lectura de Walden, desde las ideas particulares al sentido de toda la obra.
Al igual que otros muchos críticos, Cavell interpreta Walden como la persecución de un cambio, una transformación personal y una búsqueda vocacional. Este cambio está ligado a los modos de vida y al perfeccionamiento personal; pero lo característico de la interpretación propuesta por Cavell es la lectura de Walden como un libro heroico, en el que su protagonista emprende una tarea vinculada, desde el capítulo «Leer», a la Ilíada de Homero. La tarea de escribir se relaciona, según Cavell, con todo lo que Thoreau narra en Walden, con todos los aspectos de su vida, porque es la vida de un escritor, aunque en ningún momento se refiera a sí mismo escribiendo, o a los momentos en los que escribía. Para Cavell, la ausencia de esta referencia sugiere un vínculo implícito en cada faceta de su vida: «cada una de sus acciones es un acto de escritor» (p. 29).
Ésta es una de las más originales y destacables interpretaciones de la finalidad integral de Thoreau en Walden. No obstante, a lo largo de la lectura del ensayo hallamos muchas dificultades para considerarla definitiva o completa. Y, aunque la intención de Cavell no es demostrar que lo sea, insiste en que éste es el propósito general de la obra:
Para el autor de Walden, su tarea se resume en descubrir en qué consiste escribir y, en particular, en qué consiste escribir Walden (p. 29).
Esta definición resulta muy superficial; por sí misma sólo viene a decirnos que Thoreau quería escribir Walden para escribirlo, que quería escribirlo para saber qué era escribirlo. Pero ya que sólo podemos hablar de la finalidad de Walden a partir del hecho de que su autor lo escribiera, esta explicación resulta también circular. Además, vincular esta tarea con la totalidad de la vida de Thoreau durante dos años y dos meses en los bosques, más los siete años posteriores de re-escritura, no parece aportarnos mucho sobre el contenido de la obra ni sobre la interpretación de qué vida llevaba nuestro autor, ni herramientas específicas para indagar en ello. No obstante, Cavell va a dedicar casi todo su ensayo a proporcionar algunas herramientas y una explicación, al menos, de una de las dos partes de su explicación circular: la definición de Thoreau como escritor, y particularmente como alguien que dedica su vida a la escritura (si bien ésta no es una tesis especialmente desarrollada por Cavell frente a otros autores, ni es suficiente para justificar el hecho de que Walden deba ser leído particularmente como la manifestación vocacional de un escritor, o un texto sobre el hecho de escribir).
El gran aporte de Cavell en este ensayo, y al mismo tiempo en lo que reside su gran problema, es el análisis, aunque en ocasiones sólo la acentuación, de múltiples términos y conceptos a lo largo de Walden, que va relacionando con la actividad de Thoreau en los bosques, con su contexto social, cultural e intelectual. Pero, sobre todo, el autor demuestra una magnífica capacidad para reflejar el vértigo propio de la lectura detallada de Walden, que nunca ha sido ni será una obra clara o fácilmente comprensible, y que para todo lector tiene misterios y oscuridades, incluso para el más lúcido, pues es una obra consciente de los recovecos que propone. Por ello admite que su análisis no es definitivo ni completo en detalle, y está muy lejos de conseguir serlo. Si bien parece tener clara la definición que ya hemos comentado, no puede eludir que la obra es misteriosa y tiene partes que transmiten una mezcla de emociones difusas y reflexiones abiertas y demasiado profundas ante cualquier análisis. De hecho, un punto clave para sostener la tesis de que su autor está escribiendo sobre la actividad de escribir consiste en proponer, por el otro lado, que las sensaciones recibidas por el lector están conectadas con las nociones fundamentales de la obra que estamos leyendo y que su autor vincula con la escritura: es decir, que el hecho de leerla y de escribirla no son esencialmente diferentes; pues, si lo fueran, estaríamos leyendo sólo sobre la vida de Thoreau y no sobre su tarea como escritor, y por lo tanto la obra no podría transmitirnos una narración del hecho de escribir.
Como digo, Cavell refleja maravillosamente la sensación de incertidumbre y vértigo al leer Walden, y la relaciona con los mismos conceptos que aparecen a lo largo de la obra, conceptos necesarios para entender la tarea de Thoreau como escritor, y que él emplea para comentarla:
Que estamos lejos de una lectura definitiva es algo que espero haber sugerido ya. Cada uno de los términos importantes que he usado o usaré al describir Walden es un término que está en relación con el libro, que es parte de su propósito; por ejemplo, migración, establecimiento, lejanía, vecindad, mejora, partida, noticias, oscuridad, claro, escribir, leer, etcétera. A su vez, el experimento de Thoreau someterá a examen los términos subsiguientes que necesitaremos para explicar los primeros. El poder dialéctico del libro para comentarse y situarse a sí mismo, en parte y en conjunto, está tan infundido como en Marx, Kierkegaard o Nietzsche, de una espiral vertiginosa semejante de idea, ironía, ira y revulsión. Una vez en ella no parece haber fin (p. 37).
Que Thoreau refiera al comienzo de su obra a la importancia de la narración en primera persona, que exija leer las obras tan deliberadamente como fueron escritas, que vincule muchas de sus actividades a la Ilíada, o que emplee referencias a numerosos textos religiosos a la hora de componer sus propias metáforas, parábolas y mitos, son algunos de los puntos clave mediante los cuales Cavell es capaz de manifestar que, como mínimo, el autor de Walden está interesado en hablarnos de la creación literaria y de mostrar su vida en relación con la literatura. Con este fin cobra una importancia imprescindible el poder de la palabra escrita sobre la oral. Si bien se podría recriminar a Stanley Cavell que Thoreau fue un conferenciante comprometido (a veces tanto que abandonó algunos proyectos por no tener éxito en sus conferencias), y que perfilaba sus obras escritas también a partir de la experiencia del discurso oral, sin duda el hecho de que el lenguaje esté escrito tiene una gran relevancia para entender cualquier literatura, y especialmente el hecho de que Thoreau escriba dirigiéndose hacia sus vecinos, con independencia de cuál sea su propósito al hacerlo.
Cavell, partiendo de su hipótesis, intenta vincular las actividades descritas por Thoreau en Walden, sus metáforas, parábolas y mitos, y también imágenes como la del gallo, al hecho de escribir. El resultado es un ensayo que trata, al menos en su parte central, sobre la vida o el hecho de vivir, atravesado por conceptos éticos como la honradez, la sencillez, la vocación, o la desesperación, entre otros. Éstas son nociones que empujan a Thoreau a replantear su vida y sus costumbres, o que lo acompañan durante tal proceso, y que aparecen en diferentes formas a lo largo de su obra. Pero incluso Cavell dedica tiempo al análisis de conceptos tan difundidos como el de la soledad, reivindicando que el hecho de estar solo o aislado en los bosques es algo muy profundo en Walden, cuya complejidad nos conduce desde el aislamiento social, continuamente roto por las interacciones con sus visitantes y amigos, y por sus propias visitas a la ciudad, hasta la simpatía con la naturaleza y la comparación de su soledad con la de otros animales, como el colimbo (erradamente llamado en esta traducción «somormujo»).
El relato sobre el colimbo, o sobre su persecución del colimbo, en Walden es uno de los más complejos pasajes del libro, en el que se observan múltiples matices. Sobre ello, Cavell destaca varias ideas, pero fundamentalmente entiende que el ave está jugando el papel de un profeta, de un predicador sumido en la locura ante una verdad incomprensible ante otros ojos. En general, muchas figuras naturales de Walden se presentan, según Cavell, como profetas o como predicadores de una verdad que el autor intenta alcanzar, que ha ido a buscar a los bosques. «El somormujo (colimbo) es el menos articulado de esos profetas, pero el más impresionante desde un punto de vista dramático» (pp. 68-69).
Finalmente, quiero destacar el aporte de este ensayo en cuanto a la relación entre Thoreau y la tradición filosófica, que, aunque no es mayúscula, aparece principalmente en el último capítulo. Aquí, Cavell quiere presentar nociones más complejas y propuestas completas, como los aspectos místicos de la obra y sus referencias religiosas, la postura política de Thoreau, vinculada con «Resistance to Civil Government», su noción de justicia en relación con Platón, y su situación dentro del transcendentalismo fundado por Emerson.
En este último punto quiero detenerme especialmente, ya que Cavell realiza un comentario que me parece especialmente original e inusual. Estando acostumbrados a que los críticos sitúen a Emerson como un autor académico y más cercano a la filosofía, a la historia de las ideas y a los grandes pensamientos (mientras que Thoreau quedaría retratado como un autor pragmático y alejado de las reflexiones más abstractas y académicas), nos resultará muy sorprendente leer por parte de Cavell que Emerson, al contrario que Thoreau, confundió la empresa kantiana, en la que se basaba su transcendentalismo, al afirmar que los sentidos nos transmiten ilusiones (Cavell cita especialmente «The Transcendentalist», pero una propuesta más radical al respecto está en «The Over-Soul»). Kant se había propuesto mostrar que, aunque podamos dudar de los sentidos, no tenemos otra fuente de conocimiento del mundo y que éstos son la mejor herramienta para conocer la realidad; para alcanzar el conocimiento necesitamos de los sentidos tanto como de nuestras capacidades intelectuales, algo que Emerson pareció no comprender o no aceptar por completo al elogiar el espíritu como fuente de conocimiento verdadero y los sentidos como fuente de falsedad o confusión. Cavell añade:
Estoy convencido de que Thoreau comprendía correctamente la idea kantiana de que los objetos de nuestro conocimiento exigen una preparación transcendental […]; que conocemos sólo lo que reúne las condiciones a priori de nuestro conocimiento de algo überhaupt. Esas condiciones a priori son necesidades de la naturaleza humana, y su búsqueda es algo que, en mi opinión, la obsesión de Thoreau por la necesidad trataba de poner de manifiesto (p. 129).
Esta comparativa con Kant continúa y es especialmente sugerente, pues Cavell también destaca una posible crítica de nuestro autor frente la metafísica kantiana, y la posibilidad de encontrar en Walden una propuesta epistemológica.
Finalmente, puedo decir que Los sentidos de Walden es un ensayo especialmente recomendable para aquellos lectores de Thoreau que, con alguna formación filosófica (no necesariamente mucha, y preferiblemente no demasiado acostumbrados a estudios académicos), estén interesados por leer más profundamente Walden. Stanley Cavell no ofrece con ella más que una aproximación sugerente a una vía interpretativa, y ciertas ideas que pueden emplearse como herramientas a conveniencia. Por ello es una obra de muy difícil clasificación, que no será muy accesible al lector poco especializado y que tampoco atraerá particularmente al académico. Todo aquél que se sitúe en medio, encontrará una excelente lectura.
También recomiendo, del mismo autor, En busca de lo ordinario: líneas del escepticismo y romanticismo (Cátedra, 2002), una obra más general sobre el pensamiento de Emerson, Thoreau, Kant, Wordsworth, Heidegger, y otros autores.