La manzana es uno de los frutos que más apreciaba Henry Thoreau, especialmente en sus variedades silvestres o selváticas, las wild o willed, las que crecen según su propio instinto, sazonadas por la naturaleza, e impulsadas por su ánimo o entusiasmo. Los manzanos de este tipo, en las arboledas, en los valles, en las colinas, e incluso en zonas pedregosas y de difícil acceso, le fascinaban por su belleza, por sus formas moldeadas por la estación, y por sus frutos de gusto adecuado al clima. Las manzanas más picantes, esas que en casa parecerían demasiado ásperas y embrutecidas, en su ambiente tienen un delicioso sabor.
Uno de los últimos ensayos que concluyó el filósofo de Concord versa sobre estos frutos. «Wild Apples», Manzanas silvestres, es un estudio más profundo que las descripciones científicas, más hermoso en cuanto a su compromiso con las sensaciones producidas por las manzanas, tanto en quien las come como en quien sólo las contempla durante un paseo.
En pocos días estará disponible mi traducción de este ensayo, introducido y comentado, al que he añadido una selección de fragmentos relacionados de los diarios de Thoreau. Para terminar de abrir boca, dejo un breve extracto:
Comí una manzana de la primera cosecha de mi propio cultivo ayer; no suficientemente madura. El olor de algunas muy tempranas con las que me he cruzado en mis paseos, transmitiendo alguna madurez al año, me ha excitado un poco. Me afecta como una representación, un poema, un objeto acabado; y todo el año no es una mera promesa de la Naturaleza.
(Journal, 24 de julio de 1853)
¡Genial!
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