Con este título, ciertamente complejo, quiero abordar una variedad de temas que, a mi juicio, forman parte de una gran línea de investigación en torno a la filosofía de Henry Thoreau: su desarrollo de un transcendentalismo naturalista y fundamentalmente empírico. Esta vía contiene una gran variedad de aspectos que han sido desarrollados especialmente en las últimas décadas y otros que aún merecen mayor atención. Entre ellos están su creciente interés por las ciencias naturales, la centralidad de los lugares y de la descripción de los entornos, las influencias de Alexander von Humboldt y Charles Darwin, el debate en torno al Destino Manifiesto y la wilderness, sus vínculos con el ecologismo, o el desarrollo, frente al idealismo de Emerson, de un empirismo fuerte.
Estos últimos dos meses me he familiarizado con tres acercamientos al pensamiento de Thoreau, que están teniendo un gran desarrollo en estos últimos años. Ya conocía bastante uno de ellos: la relación con el ecologismo y el estudio de la vida, aunque más en el terreno ético que con la profundidad científica que recientemente se ha hallado en los últimos manuscritos publicados: Wild Fruits y The Dispersion of Seeds. Entre otros, han trabajado este asunto con mayor rigor Laura Dassow Walls y Michael Benjamin Berger. En segundo lugar, ha cobrado una relevancia internacional (pues incluyo algunos artículos de la Thoreau Society of Japan, en especial un ensayo de Kamioka Katsumi) el llamado «sense of place», es decir, la sensación o percepción del lugar, basada en las descripciones de sus obras. En tercer lugar, Laura Dassow Walls desarrolló en Seeing New Worlds (1995), y aún en otras publicaciones además de en su biografía recientemente traducida (Henry David Thoreau: Una vida), el concepto de «holismo empírico», como una oposición thoreauviana al «holismo racional» de Emerson.
Estas tres aproximaciones encuentran un punto común en la tesis clave que muchos autores han sugerido y que tiene actualmente una presencia indiscutible: el giro de Thoreau, a partir de la década de 1850, hacia un mayor interés empírico y científico en el entorno natural y la realidad material. Pero lejos de describir este cambio, quiero ilustrarlo empleando algunos fragmentos del propio autor. Lo haré en tres publicaciones, siendo la primera ésta misma, dedicada a su relación con los estudios científicos de Alexander von Humboldt y Charles Darwin.

Thoreau Institute Library
Humboldt y Darwin
Hay dos momentos clave del giro empírico de Thoreau. El primero sucedió en torno a 1850, con su lectura de Alexander von Humboldt; el segundo, en 1859, con la publicación del Origen de las Especies de Charles Darwin.
Antes de estos dos cambios, los escritos de Thoreau relacionados con el estudio científico eran especialmente vagos e imprecisos, aunque ya marcaran una dirección que, en líneas generales, seguiría toda su vida. Uno de sus primeros ensayos publicados en que se distancia de otros autores aportando su propio estilo e ideas fue «Historia Natural de Massachusetts» (The Dial, 1842), texto que, sin embargo, no nace de sus propios estudios científicos (que aún no había desarrollado), sino de la lectura de varios informes sobre las especies y el entorno natural de Massachusetts. La idea que más persiguió en sus posteriores estudios fue la unión entre el estudio empírico y la reflexión ética:
El verdadero hombre de ciencia conocerá la naturaleza mejor por su organización más sutil; olerá, saboreará, verá, escuchará, sentirá, mejor que otros hombres. La suya será una experiencia más profunda y fina. No aprendemos por inferencia y deducción y la aplicación de matemáticas a la filosofía, sino por una relación y simpatía directas. Con ciencia tanto como con ética, — no podemos conocer la verdad por inventiva y método; el baconiano es tan falso como cualquier otro, y con todas las ayudas de la maquinaria y las artes, el mayor científico seguirá siendo el hombre más sano y amistoso, y poseerá una sabiduría india más perfecta. (Thoreau, «Natural History of Massachusetts», p. 131)
No obstante, también hallamos ideas que serán como mínimo replanteadas por el Thoreau maduro, como la división entre el conocimiento y la ignorancia:
La ciencia es siempre valiente; pues conocer es conocer bien; la duda y el miedo se asustan ante su ojo. Lo que el cobarde ignora por prisa, ella lo escudriña con calma, abriendo camino como un pionero para el despliegue de las artes que le siguen en tren. Pero la cobardía es anti-científica; pues no puede haber una ciencia de la ignorancia. (Thoreau, «Natural History of Massachusetts», p. 107)
En referencia a las cosas importantes, ¿qué conocimiento vale más que la conciencia de su ignorancia? Además, ¿qué conocimiento reanima e inspira más que éste? (Thoreau, Journal, febrero de 1851)
Hemos escuchado hablar de una Sociedad para la Difusión del Conocimiento Útil. Se dice que el conocimiento es poder, y cosas similares. Creo que es igualmente necesaria una Sociedad para la Difusión de la Ignorancia Útil, lo que llamamos Conocimiento Bello, un conocimiento útil en un sentido más elevado: pues ¿qué es la mayoría de nuestro llamado conocimiento sino la arrogancia de que sabemos algo, que nos priva de la ventaja de nuestra ignorancia real? Lo que llamamos conocimiento es a menudo nuestra ignorancia positiva; la ignorancia, nuestro conocimiento negativo. (Thoreau, «Walking», p. 239)
Como podemos observar, el desarrollo del pensamiento thoreauviano no es sólo un cambio de metodología, sino también una reflexión sobre nuestras relaciones con el mundo y el modo de conocerlo. Esta defensa de la ignorancia útil es tanto epistémica (pues nos revela lo que no sabemos, lo que supone un conocimiento más necesario en un sentido socrático) como estética (pues se trata de un conocimiento bello).
En su relación con la Naturaleza los hombres me parecen en su mayor parte, a pesar de su arte, inferiores a los animales. No tienen habitualmente una relación hermosa, como en el caso de los animales. ¡Cuán escaso aprecio por la belleza del paisaje hay entre nosotros! Nos dicen que los griegos llamaban al mundo Κόσμος, Belleza, u Orden, pero no vemos con claridad por qué lo hacían, y lo consideramos como mucho sólo un curioso hecho filológico. (Thoreau, «Walking», p. 242)
La definición del Κόσμος griego ya aparecía en la Naturaleza de Emerson, al inicio de su tercer capítulo («Belleza»), pero con una importante diferencia: no mencionaba la traducción del concepto como orden.
Los antiguos griegos llamaron al mundo κόσμος, belleza. Tal es la constitución de todas las cosas, o el poder plástico del ojo humano, que las formas primarias, como el cielo, la montaña, el árbol, el animal, nos proporcionan un deleite en y por sí mismas; un placer a partir de su contorno, color, movimiento y agrupación. Esto parece en parte pertenecer al ojo mismo. El ojo es el mejor de los artistas. (Emerson, Nature, p. 13)
Es muy probable que esta doble definición, «Belleza y Orden», fuera tomada por Thoreau del Cosmos de Humboldt, o al menos reforzada por él. El cosmos ya no era la belleza ideal que Emerson describía (una pura conexión entre la observación del ojo humano y el espíritu que da forma al mundo), sino el conjunto del orden material en el que habitamos. La belleza, para Emerson, consistía en deleitarse con la observación de las formas ideales supranaturales; para Thoreau, en hallar el orden de la naturaleza que nos rodea.
El alma circunscribe todas las cosas. Como he dicho, contradice toda experiencia. Del mismo modo, abole el tiempo y el espacio. La influencia de los sentidos, en muchos hombres, ha dominado la mente hasta tal grado que los muros del tiempo y el espacio han llegado a parecer sólidos, reales e insuperables; y hablar con ligereza de estos límites es, en el mundo, signo de enfermedad. (Emerson, «The Over-Soul», p. 225)
Todo hombre es el constructor de un templo, llamado su cuerpo, para el dios que adora, detrás de un estilo puramente propio, del que ni puede zafarse martilleando el mármol en su lugar. Todos somos escultores y pintores, y nuestro material es nuestra propia carne y sangre y huesos. Cualquier nobleza comienza inmediatamente a refinar un rasgo del hombre, cualquier codicia o sensualidad a embrutecerlo. (Thoreau, Walden, p. 245).
Thoreau, sin tratar con ligereza los riesgos éticos que conlleva guiarse por las posesiones materiales y la sensación, da un salto que Emerson era incapaz de aceptar: no tenemos más remedio que vivir en nuestro cuerpo, cultivarlo, desarrollarnos en el tiempo y el espacio, y, en consecuencia, conocer este mundo material que habitamos, para poder vivir plenamente como humanos, teniendo conciencia de nuestras facultades, nuestras posibilidades, sus beneficios y sus perjuicios.
El máximo desarrollo de esta postura, que llevaría a nuestro autor hacia un mayor interés científico por el entorno natural, puede hallarse en sus últimos escritos, dedicados al estudio de especies vegetales y, especialmente, a la sucesión y dispersión vegetal. Este tema, como señala Michel Berger, tiene una fuerte conexión con la teoría de la evolución: Thoreau pretendía mostrar el modo en que se suceden diferentes especies vegetales, cómo se trasladan a lo largo del globo, pues éste era un punto clave en la teoría de Darwin que necesitaba respuesta, y al que científicos posteriores dieron soluciones semejantes.
El conocimiento de los mecanismos de dispersión de las semillas, los «ocasionales medios de transporte», es crucial para desarrollar explicaciones sobre la distribución geográfica de las especies consistentes con la teoría de Darwin. Éste es el punto en que los descubrimientos de Thoreau y la presentación en The Dispersion of Seeds apoyan y complementan el argumento de Darwin, detallando los posibles medios de transporte y demostrando, en contraste con las teorías de la generación espontánea y la creación específica, que las plantas que vemos provienen de las semillas, las portadoras de modificaciones heredadas (Berger, Thoreau’s Late Career, p. 51)
Cuando, por aquí, un único árbol forestal o un bosque brota naturalmente donde ninguno de su especie creció antes, no vacilo en decir, aunque en algunas regiones todavía puede sonar paradójico, que provenía de una semilla. Entre las diversas vías por las que se conoce que los árboles se propagan —por trasplante, esquejes, y similares—, éste es el único imaginable bajo esas circunstancias. Nunca se ha sabido de árbol alguno que haya brotado de otra cosa. Si cualquiera afirma que brotó de otra cosa, o de la nada, la carga de la prueba recae sobre él. (Thoreau, «The Succession of Forest Trees», p. 186)
Como señala Berger, las investigaciones de Thoreau han sido lamentablemente poco leídas en el mundo científico y actualmente no suponen una novedad; pero investigadores posteriores han coincidido con sus explicaciones, que actualmente han quedado demostradas.
Para una mayor profundización en estas ideas, recomiendo la lectura de las obras más científicas de Thoreau: «Wild Apples», «Autumnal Tints», «The Succession of Forest Trees», Wild Fruits y The Dispersion of Seeds (en Faith in a Seed).
Bibliografía
- Berger, Michel Benjamin, Thoreau’s Late Career and The Dispersion of Seeds: The Saunterer’s Synoptic Vision, Camden House, 2000.
- Emerson, Ralph Waldo, Nature, Boston: James Munroe & co., 1849.
- Emerson, Ralph Waldo, «The Over-Soul», en Essays [first series], Boston: James Munroe & co., 1841.
- Thoreau, Henry David, The Writings of Henry David Thoreau. Journal, 14 vols., Boston; Houghton Mifflin & co., 1906.
- Thoreau, Henry David, «Natural History of Massachusetts», en The Writings of Henry David Thoreau, vol. V, Boston: Houghton Mifflin & co., 1906.
- Thoreau, Henry David, «The Succession of Forest Trees», en The Writings of Henry David Thoreau, vol. V, Boston: Houghton Mifflin & co., 1906.
- Thoreau, Henry David, «Walden», en The Writings of Henry David Thoreau, vol. II, Boston: Houghton Mifflin & co., 1906.
- Thoreau, Henry David, «Walking», en The Writings of Henry David Thoreau, vol. V, Boston: Houghton Mifflin & co., 1906.
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